lunes, 7 de marzo de 2011

HASTA DONDE NOS LLEVARÁ LA ESPERA?


La vida es una espera de eventos en cadena. Desde pequeños esperamos premios por todo, por las por la obediencia (hacer caso), tomarnos la sopa, las buenas calificaciones. Al crecer esperamos el olvido de las promesas, de esas que los padres hacen, promesas de castigos; pero con el paso del tiempo también olvidamos los premios y nos contentamos con la adrenalina, con las emociones fuertes, con todo aquello que haga nuestro corazón latir, tememos las mejillas sonrojadas y las manos sudorosas, tememos escuchar lo que no deseamos escuchar, una negativa, una mentira y lo que es peor… muchas veces tememos escuchar una verdad cruda e incómoda. Así recordamos la llegada de nuestras primeras desilusiones, esos momentos que vemos como el fin de nuestras vidas. Pero no, el asunto nunca terminó y sin darnos cuenta nos llevó a una nueva historia, a una nueva sonrisa, a un nuevo modo de ver el brillo del sol o un nuevo conjunto de lágrimas calladas e inocentes.


Recordamos el pasado como si fuéramos viejos y llenos de años, pero la verdad es que cuando ya nos sentimos cansados de vivir… no hemos vivido nada y llegan los años que nos hacen todo menos unos niños y  todo menos realmente viejos… tener más de veinte y menos de treinta es un tema serio. Una edad que te recubre de una capa muy fina del respeto de tus primos menores o de los amigos que buscan en ti un consejo, una de esas capas delgadas como los baños de plata u oro de las piezas de joyería de fantasía, que tarde o temprano desaparecen ante el uso y el abuso. Desaparece cuando tu mismo no crees en tus propios consejos y buscas algunos de esos para salir de líos. Ellos te respetan porque creen que has vivido lo suficiente como para hablar de un tema con un tono de voz determinado y firme. Pero la voz de tu conciencia habla siempre más fuerte.

Bueno, tampoco somos tan básicos, pero la verdad sea dicha, no “nos las sabemos todas” pero tampoco estamos desubicados. Somos ese incomodo punto intermedio, caminamos como dueños del andén, algunas veces con fe, otras con ínfulas de justicieros, con enojo, algunas otras como caminando entre nubes, otras con los audífonos del reproductor de música imaginándonos como los protagonistas de algún video musical que ni al más premiado de los productores se le hubiera pasado por la cabeza. Todos caminamos con algún ritmo, todos con una idea en la cabeza o con algún sueño en el corazón. El punto intermedio entre los sueños y la realidad, entre lo que esperan de nosotros y lo que queremos ser, entre aquello para lo que fuimos creados y aquello en que perseveramos caprichosamente sin alcanzar jamás.

Pero hay algo que si de intermedio o indescriptible puede resultar, es ver como algunos nos resistimos o nacemos permeables a la estabilidad. Ese asunto de la madurez, el buen juicio y la quietud nos resulta tan escurridizo. Es ver como algunos con menos edad encuentran la luz antes que nosotros. Quiero dejar en claro que no hablo motivada por la envidia ni los celos; de ninguna manera, querido lector (a) como todo en la vida, encontraremos personas mejores que nosotros (o peores, es relativo)… sólo quiero hacer notoria esa actitud tan humana de compararnos con los demás, porque acaso ¿quién no lo ha hecho?. Buscamos el equilibrio siempre, y cuando no lo encontramos manejamos la tendencia de buscarlo en los demás, como motivo de desánimo, ejemplo de superación o recurso de emergencia.

Pero qué de cuando no lo encontramos en el mundo exterior y los años, las semanas y los días te acercan más a tu próximo cumpleaños. En mi experiencia personal y después de unas no cortas y no largas vacaciones llegué a una conclusión; después de empacar en la maleta - junto con lo necesario para el viaje - , una pequeña bolsita llena de recuerdos, desilusiones, invitaciones a Messenger de personajes que buscaba de recordar con dificultad, rollos fotográficos que nunca usaría, palabras de ánimo, los mensajes de tus amigos que te desean el más placido de los descansos, las historias a las que por mucho tiempo (o poco) has tratado de buscarle fin (feliz o un simple final…), las discusiones con personajes que llevaste en el corazón, los malentendidos y todos los demás enredos que anhelas, con un poco más de paz, poder desenredar después… llevas más de todo eso, que ropa. Ah, y no olvidemos las llamadas que esperamos y nunca llegaron.

No son tan necesarias las vacaciones si de transitar la vida con cargas se trata, pero en mi caso, esas cargas se hicieron descaradamente evidentes en ese tiempo alejada de todo, hasta de mi propia familia. Me conocí un poco más, estuve en silencio y vi desde otro punto de vista todo, un auto examen para mi corazón. Después de todo, agradezco al cielo no haber visto todo su contenido (el de mi corazón), porque creo que habría quedado horrorizada, pero si me enfrenté a mis temores, a mis anhelos y a la compañía permanente de Dios, quien con su paciencia fiel supo tenerme especialmente de la mano durante ese tiempo.

Sin necesidad de llegar a un discurso religioso, porque sin duda esto lo supera, les hablo de mi realidad. Sin esperarlo, sin planearlo, todo ese equipaje que ocupaba espacio vital en mi maleta, desapareció dándole paso a mis anhelos de vivir lo maravilloso que se enfrentaba a mis ojos día a día.

Consciente, de que en cualquier momento regresaría a la planeación del día a día de trabajo, el único plan de acción de aquellos días era respirar y ponerme en contacto con la única persona que sabe quien soy. La misma persona que conoce mis pensamientos, mi pasado, mi futuro y todo lo que ese tema lleva consigo.

Estos “veinti-tantos” me dejaron ver en esos días la vida como una aventura, no salté al vacio en un paracaídas, ni escalé muros imponentes. Sólo me detuve a mirar la belleza de esa vida que me estaba dando miedo vivir, la ignoraba o no la veía del todo, como esas flores que crecen a las orillas de los caminos, esas que todos pasan por alto, pero si le llevas una a alguien especial puedes salir muy bien librado. La flor era mía, como siempre y podía llevarla conmigo a donde quisiera (y entregarla a quién quisiera).

No quiero ponerme sentimental pero ¿para que hacerme la madura o la desentendida?, la verdad sea dicha, esas canciones que llevaba desde siempre en el corazón han comenzado a desaparecer, sonidos nuevos y desconocidos le dan un nuevo estilo a esta banda sonora que ya tenía lista para ambientar escenas que no se acercan ni un poco a todos los momentos felices (otros no tanto) con los que he sido sorprendida desde que llegué a la ciudad.

Recuerdo las largas conversaciones por chat hasta la medianoche, alguna conversación telefónica hasta el amanecer, las charlas emotivas en algún bus de servicio urbano, las lagrimas silenciosas, los timbrazos contestados, el momento en el que eliminé a alguien de mis contactos y el momento en el que alguien muy querido lo hizo conmigo, con los amigos que dulcemente regresaron, los que llegaron sin darme cuenta y los que se fueron sin avisar; recuerdo los recuerdos que me motivaron a capturar un instante en una fotografía, recuerdo los sueños soñados acompañada, los guiones literarios escritos por Messenger, las verdades y las mentiras, las canciones que no aún no sé como se llaman y me transportan a un lugar desconocido, un lugar en que no mida mis logros y desaciertos por la cantidad de años que me costaron o que podrían costarme.

Hasta donde me llevó la espera? –Aún no lo sé del todo, por ahora no llego a ningún final. Con el cambio de niñez a adultez esa espera se asemeja por ahora a un paseo en tren, por la ventana veo paisajes, gente, escucho ruidos y también música y trato de aclarar aquello que lo hace ruido, o que lo que lo identifica como música. Sigo en la silla de ese vagón sin pensar en olvidar o recordar, ni castigos, ni premios, porque ni las lagrimas son ya sinónimo de dolor. Las risas llegan sin avisar.

Tal vez, en ese viaje el tiquete me obligue a cambiar de estación, creo que eso pasó.

Llegué a la ciudad (una estación) y me encontré con respuestas divinas, con sueños cumplidos, con oraciones temerarias contestadas y me encontré con la paz que sobrepasa todo entendimiento; llegué al lugar donde las heridas son sanadas, con ese instante en que esperas que te caiga un rayo encima y sólo te encontraste con amor y piedad, me encontré agradecida con cada célula de mi ser. Con momentos maravillosos que solo concebías en tus sueños más imposibles. Hace algunos días lloraba, hoy de solo recordar, sonrío… en algunos años sé que sonreiré mucho más. Se que llegaré a un puerto seguro, no viajo sola.

Ya, que llegue mi cumpleaños, y todos los que faltan, ya no tengo temor.


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